sábado, 25 de agosto de 2007

LA ESTACION

(nicuento)
Son las cinco de la madrugada. Esta mañana será como una sonrisa, habrá trinos y un caballo de vidrio hará sonar las hojas, el sol continuará en su labor, pintando, sonrosando los cielos... Entonces tal vez llegue el tren pronto y la76, como una bestia cansada echará vapor por sus narices enormes... Seguro que ningún pasajero bajará...

Ojalà esta vez no nos deje esperando. Rosalìa debe estar por llegar, ya que se quedó mirando las sombras que cubren los arbustos cerca de la casa. A ella le gusta contemplarlo todo, incluyendo cada sonido de la tierra porque afirma que esta es una gigantesca, divina mujer tendida, modelando la fruta, tejiendo un choapino de colores y, a la vez, fabricando rumores, secretos, vagidos...

Si el tren no llega en estos momentos no sè que podría hacer para detenerlo hasta que mi esposa llegue.... La verdad es que nunca lo hemos podido tomar, siempre pasa algo, quiza no llegamos a la hora justa o no era el día que debìa pasar...

A lo lejos diviso la figura esbelta y gràcil de mi mujer.Qué hermosa y qué generosa. Nunca nos hemos separado desde que nos casamos. Tuvimos cuatro hijos. Evaristo fue el primero, después se transformó en un joven hermoso y fuerte. Las noticias que llegaban de vez en cuando de la capital, lo marearon. Un día se marchó. Nos dijo que volvería, que estuviéramos tranquilos. ¿Quién puede estarlo cuando el tesoro mayor se nos va a lugares desconocidos y no está uno al lado para protegerlo? En ese tiempo se decían cosas malas de la capital: robos, asaltos, muertes, injusticia, y tantas otras cosas que no nos era posible estar calmados...

La capital se nos antojaba como un monstruo de miles de cabezas devorando sueños y esperanzas... Marìa Soledad siguió sus pasos. Lloramos a mares. Ella no se inmutó, dijo que tenía que hacer su vida... Y se reía...

¡Qué cosas pasan! Una vez nos mandó una carta... Aun está en el viejo velador sin abrir, porque mi Rosalìa y yo no sabemos leer...
Juanito nos salió malo de la cabeza. Le encantaba bailar, beber, y reir a todo pulmón. ¡La vida hay que vivirla! El que no la vive es un pájaro sin alas y lloroso de hambre... Un mal día lo mataron en la cantina del pueblo cercano porque las mujeres se desmayaban por él. Y los hombres estaban celosos... Otra vez el llanto, sobre todo de mi mujer... ¡mi pobrecita, tanto sufrir...!
Así fueron las cosas.

De pronto sentimos que se quiebran ramas secas cerca de la acequia. También escuchamos el llanto de una joven que murió esperando el regreso de su novio de la capital. Todas las noches llora desconsolada, nosotros le prendimos algunas velitas para que se calme. Vamos, querida, no siga llorando, usted sabe que su novio ya debe estar muerto, no, no, èl volverá, me lo prometió... En su casa -cerca de la plaza-aún conserva algo de pintura blanca, allì siempre hubo bailes porque la niña estaba feliz de casarse, justo cuando el novio se fue a Santiago dejàndola quebrantada por el dolor... Le vino una rara enfermedad y no hubo manera de salvarla... Aún se oyen los compases de la música después de más de cien años...

Todavía no aparece el tren. Ni un solo ruido. Rosalía está conmigo, sentada a mi lado, como todos los días... No para de mirar el cielo que se va aclarando mientras los àrboles pierden su apostura de fantasmas silenciosos. Deberían arreglar la estación, la madera cruje y se resquebraja con el sol y con las lluvias que son muy tupidas en invierno.

Lo ratones chillan debajo de las tablas. Ni hablar del viento que agarra a patadas todo lo que encuentra a su paso, se parece a los patrones que tuve antes... Los asientos estan apolillados. Los rieles cubiertos de malezas floreciendo a màs no poder, yuyos, dedales de oro, verdolagas, hinojos...

Ay, mi Rosalía, qué linda eres amor. Nunca he dejado de amarte. Ambos hemos sufrido la partida de nuestros hijos... Tu amor ha sido grande...,y el angelito Alfredo, nuestro cuarto hijo, còmo te esmerabas en cuidarlo y él te miraba con sus ojos tan inocentes y puros. Nunca pudo hablar, sólo miraba, miraba... Después de cumplir 38 años, murió. Nuestro último tesoro y, aunque jamás hablaba, era nuestra felicidad... Jamàs te quejaste al lavarlo y vestirlo durante toda su vida... ¡Pobrecito...! Fue como una bendición, como una prueba del Señor... Y lo cuidábamos con toda la fuerza de nuestro corazón...

Mucho tiempo después, la gente comenzó a irse, y nosotros, ya cansados, no pudimos hacer lo mismo. ¡Adònde íbamos a parar? Las calles quedaron desiertas. Las casas, abandonadas; animales, perros, gatos, se fueron con sus dueños.

Y fue tristísimo saber que nuestro hijo mayor había muerto a los 72 años de un ataque al corazón, según supimos...

De María Soledad jamás supimos nada. Tenía un año menos que Evaristo, no sé qué clase de vida llevaría, mi pobre hija... ¿Què habrá sido de ella? Y nuestro pobre Juanito, ¿te acuerdas? Decía que iba a triunfar en la vida, que sería muy importante... ¿Dònde estará ahora? Viviendo la vida, como decía. ¿Será posible? Es verdad que lo mataron..., pero... Todavía no llega el tren.

Hemos decidido irnos a la capital, todavía nos alumbra una lamparita. Talvez allá nos encontremos con nuestra María Soledad... debe andar muy sola, digo yo, le hacemos falta, queremos guiarla, cuidarla... Parece que el tren no viene...

No te apenes, mi amor. Estamos juntos, eso ha sido lo màs lindo de nosotros. ¿Y cómo sabes? En una de esa nuestra querida hija nos viene a ver... Hace ya ochenta años que Evaristo murió... Pero creo que todavìa es posible que lo veamos deambulando por la capital, conversando con Juanito... ¡Todo es posible...!
Rosalía, amor de toda una vida, el tren ya no viene, vayamos a caminar por las calles solas como siempre lo hacemos. Visitemos las casas de aquellos amigos que se fueron hace ya tantos años...
El sol acaricia los árboles, las plantas, los pájaros cantan alegres como siempre... Mañana vendremos más temprano a la estación... quizá esta
vez tengamos suerte... ¡Mira!, ¡un conejo atravesó la calle cubierta de yuyos...!

de "sobre los techos duermen las estrellas" (inédito)


Carlos Ordenes Pincheira

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