sábado, 10 de noviembre de 2007

OLGA ACEVEDO

JUANSEBASTIAN BACH

Oigo caer zafiros en el agua dormida,
pasos de tibios pétalos por la noche infinita.
Un silencioso tránsito de nimbos celestiales
hacia las más profundas soledades del sueño.

Ruedan àrboles diáfanos cielo abajo, cantando,
se desanclan las naves más antiguas del tiempo.
Por debajo de una agua de azuladas raíces
despiertan las pagodas y los ritos más viejos.

Se abren entrañas vírgenes madurando sin ruido
en vastas hecatombes de resplandor y angustia.
Se entrecruzan y pasan en revuelos fantásticos
los leves habitantes de la luz y el asombro.

Despiertan las gloriosas ciudades sumergidas,
las procesiones súbitas de monjes celestiales.
Se abren los tabernáculos de más secreta estirpe,
los reinos subterráneos y las islas perdidas.

Oigo un llanto rendido de habitantes en pena,
viejas edades surgen como piedras lavadas.
Se levanta el lamento de muros sepultados
y un asalto de agudas invasiones, renace.
Por columpios delgados de transparentes iris
se alzan los asustados palomares del sueño.
Destila sangre el tiempo, se abre en cruz la memoria
y un desolado llanto de cementerios, clama.

Arrodillados, tensos, los recordados lloran,
pasando cuenta a cuenta su rosario de tiempos.
Todo sucede adentro de las iglesias solas
debajo de un inmenso resplandor de zafiros.

Oigo cómo se acercan los pasos del silencio
con Jesucristo en andas muerto a las tres del Viernes.
Todos los sacerdotes del sufrimiento vienen
con su evangelio en alto, y con su cruz a cuestas.

Sábado Santo. Ruedan las montañas sonoras,
se abren los paraísos de la luz y el asombro.
Los ángeles irrumpen con sus cítaras de oro
y el corazón de luto se ilumina de estrellas.

Más allá de las lágrimas rompe el vértigo eterno,
desgarrando la inmensa soledad de los mundos.
Rasga el trueno, el relámpago; llueven rosas radiantes.
Todo está de rodillas... Dios es música pura!

EL YUYO

Qué fina sencillez y qué oro fino.
Qué fragancia sutil, qué leve ofrenda.
Joven pastor de las praderas verdes,
con qué dulce humildad creces al cielo.

El sol retoza en tu candor liviano
construyendo sus claras melodías.
El agua canta levemente en tu alma
y alza en tus tallos su ternura fresca.

Joven pastor de las campiñas verdes,
cándido arrullo de la tierra amante.
Aunque pobre y humilde ¡luz sencilla!
qué estirpe fina de esplendor y gracia.

OLGA ACEVEDO

Obra Poética: "Cantos de la montaña" (1927); "Siete palabras
de una canción ausente" (1929); "El árbol solo" (1933);
"La rosa en el hemisferio" (1937); "La violeta y su vértigo" (1942);
"Donde crece el zafiro" (1948)

1 comentario:

Diego de la Noche dijo...

COMENTA: CARLOS ORDENES PINCHEIRA

Con qué asombro uno se acerca a esta poesía impecable, de tanta pureza, reina humilde de la palabra.

"Oigo caer zafiros en el agua dormida" y nosotros, mientras Juan Sebastián Bach se hunde en profundidades religiosas, nosotros
escuchamos cómo en verdad caen zafiros en el agua dormida. Poema religioso sólo comparable a las Invocaciones0 de "Nuestra Señora del Apocalipsis" del gran poeta Miguel Arteche...

Poesía grandiosa, enorme, alma pura, belleza insomne.

Vemos que hasta el humilde yuyo es un rey de sienes doradas en la pincelada poética de Olga Acevedo,
pincelada mágica de hondas resonancias...

Y es que para ella, para su alma sencilla, noble y pura, el yuyo (también amado por nosotros) es "un joven pastor de las campiñas verdes" y aunque pobre y humilde, "qué estirpe de esplendor y gracia"

Nos inclinamos con respeto y alegría ante su obra poética tan fina y de una grandeza que emociona y conmueve...

¡Qué maravilla de poeta y qué embrujante su lectura...!

Nadie la nombra, pero ella está a la altura de Gabriela Mistral, Eliana Navarro, María Monvel, y tantas otras de calidad infinita...

¡Alabadas sean siempre sus palabras...!