lunes, 14 de marzo de 2011

ANA MARÍA VIEIRA


EL SUEÑO DE LA DONCELLA


Por la ventana ha entrado un hombre muerto,

blanca la sien y en sombra desvelado,

mientras la luna -ciega- se ha ocultado

bajo las luces más allá del huerto.


A la doncella toma en cuerpo abierto

y la corteja con su brazos helados.

Sueño del agua, sueño del amado

en este engaño en que todo es cierto.


El cielo entero goza y se estremece

cuando en amor disfruta que la bese.

Como una brisa queda deshojada.


Despunta el día. Ella se ha dormido.

Todo en su alcoba se ha desvanecido

menos la roja huella de una espada.


ATARDECER


Desciende el sol y entre sus rayos trae

el antiguo silencio de una estrella.

Con su carreta de mortaja en ella

la que contiene el peso de esta nave.


Bajo su tez helada está la llave

que abre el misterio de la luz aquella.

Seguimos navegando: ¿hacia qué huella?

¿Desde cuál oquedad? Nadie lo sabe.


Sobre la noche solo queda el brillo

arrodillado ante una hoja muerta,

junto ala alianza leve de un anillo


o al umbral transitorio de una puerta

cuando al caer el sol como un cuchillo

trae en sus rayos una estrella abierta.


INFANCIA


Río que transcurre

reglando en cada instante una sorpresa.


El asombro de ser su navegante

y descubrir en el viaje

las riberas con olor a huerta.


Transitar por los bordes,

cuando la arena cede

bajo los pies descalzos.


Y siempre allí sus aguas

quietas tormentosas

turbias transparente


A menudo sueño con las aguas de mi infancia

remansos refugios molinos


aguas sombrías,

pequeñas naves te recorren,

buscan huellas de puentes levadizos,

torreones en bruma

oxidados de arena.

En ellas los hombres reflejan sus miserias


Las transformó mi infancia

en las más claras vertientes.

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