MARÍA SILVA OSSA
(1918 – 2009?)
Pon sobre tu corazón
las notas del mar,
cuando su gigante arpegio
enlaza los crepúsculos
y asciende por los aires
hasta coger la noche.
Escucha el vaciarse de los ríos
en sus caderas mórbidas
y el transcurrir de los peces
por su bruñida arteria.
Escucha en la sombra al mar:
es dueño de la vida:
en el lecho del mundo,
volteando en el espacio
engéndrase a si mismo.
Su ronca oración de gracias
estremece los sepulcros,
el del pan y el de los lirios,
del infante y la tronchada larva.
Su mano de sal aprieta la osamenta
y el corruptor gusano
transforma sus alas el pétalo que muere.
Deja sobre tu oído
al mar desnudo,
¡y que su fecunda voz
penetre en tus entrañas!
PALABRAS
Prestad atención, que la boca del aire
está llena de nombres
y los países vuelan sobre sus historias mentidas.
Afinos para penetrar
el susurro de la música
que sobre la ola y el trueno
conserva su manojo de notas.
No seáis como el sordo
que precisa una estrella en vez de oreja
y una caja de madera, sepulcro
para que el sonido entre hasta su alcoba.
De pie en el monte del silencio
estrechad la visión hasta perderla,
penetrando en el mundo del murmullo.
El aire está cuajado de palabras,
desgarradas imágenes se ciernen
deletreando la historia incomprendida.
Allí van los hombres despojaos
de sus vestidos materiales:
por sus abiertas quijadas escapan
sus espíritus jadeantes
y en terrible desconcierto pueblan
las invisibles calles.
Que tus poros beban sus espíritus,
tu empapada esponja, recogiendo
el agua sonora de sus días;
presente la visión de sus palabras
y en ampla lluvia
rompa el diluvio de trinos sus caminos.
SOLEDAD
Como el día pasa por lo astros
con sus blancos helechos
y sus mares,
y la tierra abierta
entre las cuencas manos;
y en un instante bulle
la azul ave del viento
y el eclipse del silencio ciega
un testamento negro:
Así, sin comprender
la inmensa acción que de ti mana,
pasas, si materia, en mi agonía.
VIENTO CREADOR
Este viento que hunde en el árbol
sus dedos extranjeros,
moverá al impulso de sus ondas
el puntero monótono del tiempo.
Y en su infinita rueda,
traspasando la calle de los cielos,
sembrará la flora desterrada
entre los astros muertos.
Cavará en los montes de esqueletos
aguardando el llamado de la alondra
la tibia larva de su seno.
Triunfando de la muerte cuotidiana,
enhebrando la aguja del racimo,
más allá de la espiga y de la bruma.
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