miércoles, 9 de marzo de 2011

MARÍA INÉS FERNÁNDEZ

MORIR EN OTOÑO


Morir en otoño

al anochecer de un día cualquiera.

Cuando la tarde declina

y el sol deja de ser de ópalo y rosa.

De la semana, un día cualquiera

cuando brota olor a noche

y destilan las estrellas,

se apura el vino en las tabernas

y los amates buscan

el lugar propicio de sus sueños inseguros.

Que cubra mi cuerpo

el vino invisible traído por el viento

del otoño.


El aliento de la luna vele en mi sueño.

Aroma de violetas levantándose a la noche.


Y si distante estoy de los que amo,

misteriosas corrientes me llevarán a ellos

para sentir sus besos

humedecidos en sollozos.

Así, en esta espera incierta,

mantengo mis días.


Morir en otoño

al anochecer de un día cualquiera.


LO QUE FUI Y SERÉ


Regresara una vida anterior

no hay revelación en esto.

Viví y morí en Paris.

Fui piel de fango y del placer,

mi espíritu en regresión

vagó en bohemia intensa

entre pintores y poetas

en los viejos prostíbulos

siempre vestid de rojo

trotado en cafés

del bajo mundo.


Cuando llegue el día en que sucumba,

convencida estoy que retornaré a esos lares,

beberé una copa de vino rojo

en bares malolientes y oscuros

y en la distancia del infinito

brindaré por aquellos que fueron mis amigos

con los senos al viento,

las faldas recogidas

hasta el extremo de lo impúdico.


Y tal vez en un quicio oculto

me aguarde un amante callejero

de esos que fueron tantos.


Allá

en las noches de los siglos

saldré aventurar y correr

con divinas locuras

con tacones dorados,

cascadas de risas,

en ese Paris que me vio nacer y morir.

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