MORIR EN OTOÑO
Morir en otoño
al anochecer de un día cualquiera.
Cuando la tarde declina
y el sol deja de ser de ópalo y rosa.
De la semana, un día cualquiera
cuando brota olor a noche
y destilan las estrellas,
se apura el vino en las tabernas
y los amates buscan
el lugar propicio de sus sueños inseguros.
Que cubra mi cuerpo
el vino invisible traído por el viento
del otoño.
El aliento de la luna vele en mi sueño.
Aroma de violetas levantándose a la noche.
Y si distante estoy de los que amo,
misteriosas corrientes me llevarán a ellos
para sentir sus besos
humedecidos en sollozos.
Así, en esta espera incierta,
mantengo mis días.
Morir en otoño
al anochecer de un día cualquiera.
LO QUE FUI Y SERÉ
Regresara una vida anterior
no hay revelación en esto.
Viví y morí en Paris.
Fui piel de fango y del placer,
mi espíritu en regresión
vagó en bohemia intensa
entre pintores y poetas
en los viejos prostíbulos
siempre vestid de rojo
trotado en cafés
del bajo mundo.
Cuando llegue el día en que sucumba,
convencida estoy que retornaré a esos lares,
beberé una copa de vino rojo
en bares malolientes y oscuros
y en la distancia del infinito
brindaré por aquellos que fueron mis amigos
con los senos al viento,
las faldas recogidas
hasta el extremo de lo impúdico.
Y tal vez en un quicio oculto
me aguarde un amante callejero
de esos que fueron tantos.
Allá
en las noches de los siglos
saldré aventurar y correr
con divinas locuras
con tacones dorados,
cascadas de risas,
en ese Paris que me vio nacer y morir.
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