MARÍA MONVEL
(1899 – 1936)
MI NIÑA JUEGA EN EL JARDÍN
Mi niña juega en el jardín
y yo la miro quieta y triste,
triste de tanta dicha, triste
porque la dicha tiene fin.
Viene corriendo y se va luego
y me da un beso y una flor;
su voz musita a vez un ruego,
a vez un mimo encantador.
Es la más linda de las flores.
En ella están dicha o dolor.
¿Qué han sido todos mis amores
comparados con este amor?
No pienso en desatinos amargos,
ni en que las cosas tienen fin;
pero quisiera largos, largos
estos momentos del jardín.
MARINEROS
Cuando los veo venir,
blancos, erguidos, ligeros,
quisiera ser un momento
la novia de un marinero.
Dulce de verle ha de ser
después de tan largo tiempo,
y al abrazarlo abrazar
continentes y hemisferios.
Agridulces deben ser
los besos del marinero:
salpicaduras de mar
en los labios entreabiertos.
Fruto de todos los climas,
el amor del marinero,
soleado del mejor sol
y oreado al mejor invierno.
Estrechar entre sus brazos
al que dirige los vientos,
y, cuando quiere, los une
al carro de su velero.
El sol aclaró su tez
y destiñó sus cabellos.
¡Oh la delicia d amar
al más rubio marinero!
¡Oh el sabor a continentes
que ha de haber entre sus besos,
y el olor a algas marinas
que ha de poseer su cuerpo!
Amantes de las sirenas
deben ser los marineros,
por eso llevan los ojos
teñidos de su misterio.
Un momento, nada más,
tocar sus cabellos rubios,
besar su boca agridulce,
¡ser novia de un marinero!
YO MIRÉ LAS HORAS...
Yo miré las horas pasar solamente,
mis manos pequeñas nunca hicieron nada,
fui extática y triste, fui absurda y helada,
pero tuve sueños audaces y ardientes.
No jugué de niño, tú lo dijiste,
mis años de infancia pasaron esquivos
sin pensar en nada, siempre pensativos
con las manos quietas y el corazón triste.
¡Coge entre las tuyas estas manos mías!
Un soñar eterno las ha vuelto hermosas:
finas, porque nunca fueron hacendosas
y pálidas, porque fueron frías.
Mira en mis pupilas inefables lagos,
tumbas de memorias, cráteres de abismos,
don se han perdido mis romanticismos
sin guardar recuerdos, ni dejar estragos.
Mira en la apariencia frágil de mis ojos
espejos audaces, como roca duros.
En ellos no hay huellas de mis sueños puros,
ni hay en ellos huellas de mis sueños rojos....
Cristales que nunca trizó piedra alguna
de aquellas que el odio lanzó con su mano,
han, como de niño, su fulgor lejano,
han, como de niño, su fulgor de luna...
Yo no fui al encuentro de ningún destino,
mas cuando el destino pasó por mi lado,
cuando amor se trajo me lo he reservado.
¡Lo demás, en cambio, se fue como vino!
Nunca en la alta noche me creí perdida.
Mientras más lóbrega, mientras daba espanto
yo no me deshice, como un niño, en llanto
y a la mima muerte le pedí vida;
Quizás si las penas me hicieron más grave,
quizás si puliéronme cual claro diamante:
más grandes los ojos, más frío el semblante,
me han vuelto más frágil y también más suave.
Las penas sufridas no me han amargado,
ni el llanto llorado me ha vuelto más triste.
Soy tal como aquella que tú conociste
sin amor, la misma con haber amado!...
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